Se dijo alguna vez que la Argentina era una crisol de razas, aunque hoy debamos adaptar a nuestras sensibilidades y visiones vigentes esta palabra. Se supo decir también que el argentino era un sujeto cosmopolita y abierto al mundo. Emprendedor, y hasta de vanguardia. Se dijo y pasó, como pasan las cosas que, quizá, por estar allí siempre, son las que pensamos nunca cambiaran o dejaran de estar, y que poco a poco van perdiendo su brillo hasta convertirse en una imagen sepia de ese momento.
Como nación hemos pasado demasiadas décadas intentando sin éxito resolver las cuestiones más que relevantes de nuestra economía domestica y que sin duda requieren nuestra mayor atención, dedicación y consenso (sobre todo) para ser resueltas. Empero, esto no implica que a esta problemática no debamos sumar una nueva o quizá no tanto, que es ya inocultable y apremiante: el frente externo.
La internacionalización de una economía es una de las llaves maestra para que la innovación, el desarrollo económico y la estabilidad fiscal se consustancien en una síntesis que permita a un país crecer. Quizá por ello es por lo que nuestro PBI per cápita lleve medio siglo estancado. Entendemos la necesidad de que las empresas exporten y generen divisivas, pero a su vez menos del 2% de nuestras empresas lo hacen. No solo eso: en los últimos 15 años perdimos un tercio del total de empresas exportadoras; esto es: dejaron de hacerlo, o directamente cerraron sus puertas. Peor aún, de las casi 9.000 que si lo han hecho, menos de 400 (si, cuatrocientas) lo hacen por valor mayor a 10 millones de dólares. El resto, lo realizan esporádicamente o por cantidades aún marginales. La participación argentina sobre el comercio global mejor no mencionarla. Y estos números, que sin duda no enorgullecen, son exportaciones. La participación de empresas argentinas en el exterior sea a través de presencia física, o mediante franquicia e inversión en el extranjero, es aún más exigua. De nuestro “argentinos por el mundo”, solo han quedado los viajes vacacionales de antaño de la hoy alicaída clase media.
Pero si la única verdad es la realidad, el modificarla no debe partir desde disputas sobre responsabilidades y autorías, sobre interpretaciones de los indicadores, o siquiera argumentaciones para el conformismo y el desánimo. Todo indicador es el varapalo necesario para espabilar, dirían en España. Y es a propósito de ello que el país se encuentra ante una oportunidad que debe aprovechar en el marco de la postpandemia, la redefinición del multilateralismo, y la sintonía entre los presidentes de Argentina y su histórico inversor extranjero directo en la economía real (dato no menor). Pero esto no debe ser la de esperar inversiones españolas, sino la de aprovechar ese contexto para nosotros salir al mundo.
Es cierto que la industria argentina pasa por un momento duro y que muchas empresas por sí mismas no pueden enfrentar el proceso, y quizá no tengan las herramientas técnicas para hacerlo. Por ello, allí es donde las cámaras empresarias tienen el contexto ideal para potenciar el desarrollo de oficinas de representación comercial en el territorio al estilo de las que hoy posee la Red CAME en países del Mercosur. Madrid, Vietnam, Beijing, son algunos de los destinos estratégicos donde hoy no hay aún presencia empresaria directa que construya relaciones con la comunidad local, que permita entender sus necesidades en materia de producto, y su idiosincrasia a la hora de definir negocios.
La Cámara de Comercio de España, el ICEX, e ICEX-CECO, y el Ministerio de Asuntos Exteriores del reino de España, por caso, así lo han entendido. La gestión de la Marca España y la medición de ésta mediante indicadores propios y externos, como los del Instituto MESIAS, son un ecosistema que apuntan en una misma dirección. Todos se complementan y no hay una competencia por ver quien concentra más atributos de gestión, y lo hacen porque han entendido que salir al mundo es un esfuerzo colectivo y de largo plazo. Comprenden que las carreras de cien metros son cien metros, pero que las maratones requieren entrenamiento duro y constante.
No se trata de reinventar la rueda, sino de desarrollar lo que hay. Oficinas que permitan a sus participantes bajar los costes de investigación de mercado y networking mediante el trabajo en red y las cadenas de valor. Que contribuyan a la planificación y la formación continua. Al entendimiento del marco normativo legal y, por supuesto, y, ante todo, a la gestión de intereses. Quizá sea el momento de aprovechar el contexto y pensar más allá de los 100 metros, entendiendo que nuestras empresas deben ser cosmopolitas en toda ley.